Hacia allí van los ríos,
el agua que corre por los ríos,
el pensamiento y la memoria de los ríos
donde mi padre y yo pescamos,
y hacia allí va la arena brillante de la costa,
de ese mar donde mi padre y yo luchamos
tantas noches
envueltos en la fosforescencia estrellada del océano,
y los aviones de aluminio que cruzaban el sol
ansiosamente perseguidos por los ojos de un preso,
van también hacia allí.
Las cosas que nunca conociste,
que nada significan y que no despiertan
en vos este odio ni este amor.
Pero hacia allí van,
flotando inconteniblemente,
inconteniblemente ciertas.
Hacia allí van los muertos que cayeron por todos,
y que también por vos cayeron,
y hacia allí van las manos compañeras
que apretaron mis manos en la oscuridad.
En el día, en los túneles,
en lo habido de uno en los pasos de la gente,
entre la sorda multitud
que se lanza a la conquista de las escaleras,
que arranca con las luces desde las esquinas
y se ahoga en las bocas de los trenes,
allí va nuevamente
como un sueño inexorable
el caballo invisible del amor.
Hacia allí va la vida
como si de una herida de puñal
el hilo rojo de la vida se escapara.
No le interesa a nadie.
No es ni más importante que una estrella en la noche.
Pero todos los caminos de los días
y del pensamiento,
la dirección de las corrientes en el archipiélago
van flotando hacia allí,
donde quedó tu imagen esa última vez.